El concepto de mexicanidad ha cambiado con los años. Las definiciones se adaptan y se mueven según la época, manteniendo siempre como común denominador ciertas premisas y valores que se imponen cual bandera en el Zocalo. Hoy, al borde de chovinismos, nacionalismos y otros «ismos», analizamos lo que significa ser mexicano. Todo, en el marco de una nueva celebración del Día de la Independencia.
«¿Halloween o Día de Muertos?«
«¿Halloween o Día de Muertos?» La pregunta se hace, capciosamente, cada año. La respuesta sirve para detectar eso que muchos llaman «traidores a las tradiciones» o en el mejor de los casos, «malinchistas». Como siempre queda ese dejo de polémica en el aire, instituciones sincréticas como el Tec de Monterrey analizaron ambos rituales. Las dos celebraciones coinciden en fecha y en el sentimiento de buscar algo —con cierto aire de romanticismo y nostálgia—, en el más allá.
Lo cierto es que esta celebración nacional de raices prehispánicas del 1 y 2 de noviembre, es algo que nos identifica más como mexicanos que la tradición europea de la calabaza y los niños ataviados de fantasmas medievales pidiendo dulces en los suburbios estadounidenses: la tradición del altar, los símbolos, las flores de cempasúchil. Nada que la película Coco no le haya enseñado a la generación zeta que creció en un urbe y no en un pueblo mágico. Lo que sí es que las fiestas de disfraces son más divertidas que poner el altar.
El valor cívico y la política
Todo mexicano cuenta con un acta de nacimiento y con un credencial del INE. Y estamos hablando de mexicanidad desde el punto de vista de la identidad oficial ante el Estado. Por ello, participar en las elecciones periódicas es otro de los temas que más se aprecian dentro de los valores cívicos modernos. En el México actual —que por otro lado, no puede estar aislado del mundo— y más allá de partidos, un individuo político-informado es parte de esa mexicanidad implícita. Y no estamos hablando de nacionalismo —esa tendencia que surgió entre la comunidad criolla del siglo XVIII— sino a ese sentimiento de pertenencia y de participación en la vida política. Tres personajes convergen en esa concepción: los afines al proyecto de la 4T, iniciada por el presidente actual Andrés Manuel López Obrador y la presidenta electa, Claudia Sheimbaum.
Por otro lado, la oposición, hoy concentrada en un solo partido (PRI y PAN, es decír, el llamado «Prian»). Ambas caras de la sociedad, con posturas y convicciones hoy más que nuncas más confrontadas, igual definen esa mexicanidad política que tampoco excluye a los ciudadanos apolíticos quienes, entre desencanto y —como dijera el escritor y analista de la cultura popular mexicana que nos distingue como sociedad—, el valemadrismo.
Los clichés del mexicano
Todos los chistes de internet sobre México, incluyen invariablemente esa iconografía como del Viejo Oeste de un mexicano flojo sentado con un sombrero —otro elemento infaltable— inmenso, bajo un nopal. A eso, le debemos agregar personajes como Speedy Gonzalez —aún recordado— y por supuesto, el arquetipo del que grupos como Molotovse quejaban amargamente (y cuando tenían más gracia) en canciones como «Frijolero». Y qué decir de la visión naive de bandas españolas como La Buena Vida. En su single «Un actor mejicano» (2023), cantan lo siguiente: «Hoy quiero ser/ Un actor mejicano/ Para poder llevar/Uno de esos sombreros tan raros».
Recientemente Cobra Kai presentó otro panorama arcaico mexican curious en uno de sus episodios. Así, de forma un tanto romántica tienen esa lectura de México la cultura pop contemporánea, y ninguna de esas versiones es la correcta, como tampoco la mexicanidad spring breaker en Cancún ni la post-modernidad culinaria de Enrique Olvera. En la mexicanidad moderna, convive multi-culturalidad, corridos, personajes como los de la serie Narcos. Pero también clase media, una comunidad judía, indigenas, selva, desierto, montaña, grandes ciudades y pueblos recónditos.
Más allá de los clichés, el ser mexicano hoy no es sólo lanzar vivas el 15 de septiembre en el Zócalo o Embajada. Ser mexicano es saber convivir con todas las diferencias (e irle a diferentes equipos de futbol, pero siempre fieles a la Selección Nacional). Y no, tampoco somos ‘bad hombres’ como diría Trump.
Nos gusta honrar a los héroes del pasado (sin querer ser Juan Escutia y aventarse con la bandera desde una torre).
Machos mexicanos
El machismo y el hombre mexicano, suelen estar —desafortunadamente— asociados. Después de todo, el estereotipo perpetuado por el cine mexicano de la época de oro (Pedro Infante y Jorge Negrete, solían ser machos en toda la extensión de la palabra) y continúo hasta la cultura mediática de nuestros días. Para la UNAM, el ser un macho consiste en la degradación hacia lo femenino y hoy, para decirlo en términos más cordiales, un macho es un misógino mexicano. Y si bien los paradigmas han cambiado y hasta tenemos una mujer a punto de tomar la presidencia, muchas cosas deben cambiar para dejar de asociar la mexicanidad con ese patriarcado radical.
Hoy en día, el contexto social y ecónomico — más mujeres que trabajan y mantienen sus hogares, el MeToo, el feminismo latinoamericano, etc…— ha movido las piezas. Pese a encuesta como la de parametría (que indican que la percepción es que somos aún un país machista), el panorama tiende a ser cada vez menos machista y más en correspondencia con los tiempos, y esas actitudes y costumbres antes asociadas a la mexicanidad masculina, son cada vez más lejanas. «México ya cambió. Sus palabras con pretensiones de ofender no me calan, solo revelan su misoginia», le contestó Beatríz Muller, esposa de AMLO a un periodista que la atacó en X. ¿Será?
La respuesta, pesimista, es cortesía del Premio Nobel de Literatura mexicano, Octavio Paz, en las páginas de su libro El Laberinto de la Soledad: «Las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía».
Mexicanos al grito de guerra
«La soledad del mexicano bajo la gran noche de piedra de la altiplanicie poblada de dioses insaciables. Es diversa a la del norteamericano. Extraviado en un mundo abstracto de máquinas, conciudadanos y preceptos», dice el mismo Paz en su obra de los años 50 del siglo pasado. Esta sociedad mexicana de las generaciones que conviven hoy, que parece seguir en guerra consigo misma. No por nada algunas voces (aisladas) anhelan que algunos estados del norte se independicen del sur.
El clasismo aún impera en ciertos sectores, pero el ser mexicano hoy es surfear entre esas entre ideologías y diferencias. La experiencia es rica y variada, y está impregnada de una historia si bien cambiante, profundamente arraigada con el orgullo, con el lenguaje, con un mestizaje longevo y una serie de símbolos que nos hacen cómplices a todos los mexicanos.
El ser mexicano hoy significa para las generaciones X y Z —obligadas a convivir— la oportunidad de reinventarnos sin traicionar nuestras raíces. La actual generación z (o alpha) trata de reimaginar incluso el himno nacional mexicano porque lo considera bélico y misógino (pese a que está dedicado a la patria, una figura femenina), por su letra de «mexicanos al grito de guerra» y esas diferencias deben diluirse en consensos y no en divisiones y emancipaciones utópicas.
El México de hoy va entrando una modernidad que un tiempo parecía impostada (por lo medios masivos de comunicación imperantes, llámese Televisa). Hoy, con la universalidad de la era digital, el objetivo de la independencia no sólo política sino también cultural y de identidad, parece reforzarse y responder a la pregunta «¿qué es ser mexicano?», en más de un sentido.
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